Uno a uno se acercaron, y al palpar al animal, cada uno compartió su percepción.

El primer sabio tocó el costado del elefante y dijo con seguridad:
—Esto es una pared… una pared antigua, sin duda de muchos años de antigüedad.

El segundo sabio tocó la oreja y exclamó:
—¡No, esto es un tapiz! Un tapiz fino, de esos que vienen de la India.

El tercero, al tocar el costado cálido del elefante, comentó:
—Tiene calor… podría ser un animal.

Y el cuarto, al tocar la pata, afirmó:
—Esto es un trozo de montaña. Firme, sólido, inamovible.

¿Sabes quién tenía razón?
Todos.

Cada sabio tenía una parte de la verdad. Cada uno hablaba desde lo que podía tocar, sentir, interpretar… desde su experiencia.

Y eso es lo que sucede también en la vida: cada persona es dueña de su propia verdad. Una verdad construida desde su historia, su mirada, su sentir.

Respetar al otro es reconocer que su perspectiva también tiene valor. Que su verdad es válida, aunque no sea igual a la nuestra. Que no existe una única verdad absoluta, sino muchas verdades coexistiendo, todas merecedoras de empatía y comprensión.

Al final, lo importante no es imponer nuestra visión, sino aprender a convivir en la diversidad.

Porque cada uno vive su realidad desde el lugar donde nace su verdad. Y es desde ahí que crea su presente… y su mañana.